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Los devastadores impactos de Harvey en Texas – Reflexiones de resiliencia para El Niño en Perú

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Nadie se imaginaría que el minúsculo ciclón tropical Harvey formado al este de Barbados se convertiría en uno de los más devastadores eventos extremos en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica (EUA). Desde ese 17 de agosto de 2017 el mismo crecería como tormenta tropical hasta convertirse en huracán de categoría cuatro en la escala de vientos huracanados Saffir-Simpson[1]. El mismo tocó tierra la noche del viernes 26 en la pequeña localidad costera de Rockport en el Estado de Texas.

Muchos de estos huracanes se debilitan al tocar tierra pues dejan de ser “alimentados” por la humedad del océano con elevadas temperaturas (generalmente por encima de los 27°C). En esta oportunidad, sin embargo, frentes de viento provenientes del norte impidieron que la ya activa tormenta tropical se desplace. La misma se mantuvo casi estática por más de dos días causando vientos por encima de los 200 km/hora y precipitación acumulada entre los 600 y 1.300 milímetros la cual es equivalente al promedio anual de la zona. Un verdadero infortunado récord para el país.

Sin embargo, este fenómeno no había concluido con su triste legado. Harvey saldría nuevamente al océano del Golfo de México y, sin alejarse mucho, reingresaría con furia, aminorada pero aun letal, el 30 de agosto entre las ciudades de Cameron y Port Arthur en el Estado de Luisiana (cerca de la frontera con Texas). Seguiría con su paso destructivo hacia al noreste hasta desaparecer cerca de la ciudad de Lexington, en el Estado de Kentucky.

En su trayecto, Harvey depositó 125,000 millones de metros cúbicos de agua. Texas y Luisiana recibieron aproximadamente 60% y 20% de ese volumen, respectivamente[2]. La magnitud de este evento (viento y lluvia) aunado a la topografía cuasi plana y con grandes centros poblados en la zona (incluido Houston, la cuarta ciudad más grande de los EUA) produjeron inundaciones devastadoras. Se estima que fallecieron cerca de 50 personas con pérdidas físicas equivalentes los US$ 100 mil millones. Se rescataron de las aguas unas 72.000 personas. Más de medio millón de personas solicitarán ayuda financiera del gobierno federal y cerca de 50.000 personas requieren alojamiento temporal. Los negocios han sido también fuertemente golpeados entre ellos la gran industria petroquímica de la zona y los centros logísticos de distribución.

Aun con las desemejanzas con El Niño en el Perú en el 2017 ambos dejan lecciones en la gestión de devastadores impactos. Discutamos primero algunas de sus diferencias:

He aquí algunas similitudes:

Se puede continuar con larga lista de diferencias y similitudes. Sin embargo, se concluye que en ambos se requiere establecer una cultura de resiliencia (capacidad de recuperación después de una catástrofe) para seriamente afrontar estos eventos. Muchos países están elaborando planes, estrategias y tácticas cuyo objetivo es enfrentar y superar la adversidad en forma acelerada y minimizando costos físicos y sociales. Es común, por ejemplo, ver ciudades o comunidades que se denominan resilientes y tienen toda una organización que los respalda. Parte de esta cultura es el admitir que estos fenómenos son omnipresentes y que la infraestructura física de la comunidad resiliente y el comportamiento de sus habitantes debe ser consecuente con los riesgos a que está expuesta.

Estos fenómenos han dejado una lección a los ingenieros y estudiosos de los recursos naturales. Los métodos probabilísticos en el diseño de infraestructura generalmente asumen eventos extremos estacionarios. En su galardonada monografía de la revisión de conceptos de riesgo hidrológico, el renombrado profesor José Salas[4] demuestra que estos fenómenos exhiben comportamiento no estacionario debido a los cambios antrópicos en las cuencas (como urbanización), los efectos de variabilidad climática (la Oscilación Decadal del Pacífico, por ejemplo) y el cambio climático. Por lo tanto, el diseño de infraestructura deberá ser acorde con estos nuevos principios. Esto significa, en otros términos, reescribir parte de la teoría de estas ciencias.

La nota final para el Perú es la urgencia de reordenar el desarrollo territorial y crear una cultura de resiliencia. Aun cuando haya buena ingeniería y planes de respuesta y contingencia seguirán los desastres si su desarrollo se hace en zonas de riesgo inmanejables. Ese es el gran reto de este siglo.

Para el mes de octubre, GERENS está organizando el conversatorio “Cultura de Resiliencia” a fin de contribuir en la tarea de preparar al país frente a desastres naturales que, con toda certeza, volverán a repetirse en el futuro.

[1] La escala de vientos huracanados Saffir–Simpson reemplaza a la escala de huracanes Saffir–Simpson. Tiene cinco categorías de menor a mayor severidad; la cuatro posee vientos sostenidos de 209 a 251 km/h.

[2] The Washington Post, September 2, 2017.

[3] NASA. NASA Examines Peru’s Deadly Rainfall. https://www.nasa.gov/feature/goddard/2017/nasa-examines-perus-deadly-rainfall Marzo 4 del 2017

[4] Jose D. Salas y Jayantha Obeysekera. Revisiting the Concepts of Return Period and Risk for Nonstationary Hydrologic Extreme Events. Journal of Hydrologic engineering. American Society of Civil engineers. Marzo 2014.